Fragmentos...

No era lindo. Es mas, era un esperpento blanco con pecas que sobresalían por su color carne. Era difícil creer que a la Coneja podía enamorarse de aquel can insípido y sin belleza alguna pero el gusto de la Coneja es extraño y el cachorro logró entrar a su corazón fácilmente. Lo que más le gustaba era lo que él más odiaba de su físico. Amaba esas pecas que resaltaban en su piel y tenía cierta debilidad por el color de su pelaje. Además le parecía hermoso de pies a cabeza, así él dijera que se veía muy flaco. Eso era lo que más la seducía. Eso era lo que la debilitaba. Esa era su excusa para tocarlo, olerlo, saborearlo mientras pasaba sus dedos por aquel abdomen duro marcado por su delgadez más que por su ejercicio… Así fue como un gusto se convirtió en unas ganas de experimentar.

La Coneja dejó de saltar de vida en vida y se dedicó al cachorro. Sus risas, sus amarguras, sus opiniones, sus noches de baile y licor comenzaron a ser la razón por la que ella vivía feliz. ¡Y vaya que sí la hizo feliz! Pronto, la Coneja Saltarina entendió que no sólo quería saborearlo, también quería quererlo, pero… ¿como hacerlo? De tanto saltar había olvidado lo esencial, entregar amor.

Pero una noche, en medio de bailes y risas, antes de reflexionar más y calmar sus apuros, la Coneja se lanzó hacia el can y le dio un beso… Sintió como su estómago se llenaba de algo y se sintió viva. Pronto entendió que sus impulsos no querían que terminara ahí…

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