Mientras Rea y Atlas estaban en una de las celdas del palacio, Dione no estaba por ningún lado. Atlas estaba un poco asustada, ¿habrían encontrado a Saturno? ¿Dónde estaría Dione?
- No te preocupes por Dione. Ese marrano tiene un punto débil. -
- Eso es lo que me preocupa -
- No Atlas, Dione está bien. Donde quiera que esté. -
- ¿Y la coneja? -
- Esa debe estar saltando lejos -
- ¿Pero vendrá por nosotros? -
- No lo sé... -
- Ojalá ese perro no la encuentre -Río Rea al escuchar a Atlas decir eso.
- ¡ES TOTALMENTE SU TIPO! - Dijo Rea mientras Atlas terminaba el mismo pensamiento. Ambas rieron. Luego hubo un silencio. Atlas recostó su cabeza a la pared y en voz baja le dijo a Rea:
- Eso es lo que más me preocupa -
De pronto, la puerta de las mozmorras se abrió abruptamente y ahí estaba él. Manchas vinotino, ojos azules, orejas de felino perfectamente definidas. Tomó al guardia por el cuello, lo sofocó un poco y este quedó tumbado en el suelo. Rapidamente tomó las llaves del pantalón del guardia y abrió la puerta donde parte del ejercito estaba preso. Susurró algo al grupo y salieron de los calabozos.
- ¿Qué haces? -
- ¡Salvandolas! - Dijo con obviedad. Revisó las llaves del guardia y tomó la más plateada.- ¡Qué marrano más predecible! - Llevó la llave hacia el candado y abrió la puerta.
El tigre rojo era Byakko, el capitán de uno de los frentes del palacio. A su corta edad había alcanzado el máximo mando en las milicias del reino debido a la educación que el comisionado militar - su padre - le había dado y a la planeación exhaustiva de su reputación (y aunque muchos no lo crean, en mi cículo de amigos, es un febril zalamero que conquitó la confianza del primer ministro y con ella, el corazón de la joven Atlas).
En el baile de la noche anterior había ido al baño unos minutos antes de haber sufrido la emboscada.
- ¡Mi capitán! Todo está listo -
- Protejan a la princesa. Yo me voy con la hija del Primer Ministro. -
- ¿Cómo lograste escapar? -
- Atlas - Dijo el sarco mirando a la felina - tenemos que ser sigilosos y silenciosos. Después te cuento todo - Atlas guardó silencio.
Inmediatamente, las campanas de la torre comenzaron a anunciar que los presos se habían escapado.
- Hay que correr - Dijo Byakko tomando el arma del guardía que yacía en el piso junto con la espada.
¡BANG! ¡BANG! Sonaban las pistolas una y otra vez mientras Atlas y Byakko se abrían paso. El tigre rojo le dio a uno, dos, tres, 10 guardias. Uno de ellos, atacó por sorpresa con su espada pero Byakko le devolvió un espadazo que lo fulminó por completo.
- Ya viene para acá, ¿conóces de algún escondite? -
- No, pero por aquí había un pasadizo el otro día.-
- Esa es mi leona - Atlas se sonrojó un poco y tomó a Byakko de la mano. Oprimió tres ladrillos y empujó la pared. El muro de concreto se entre-abrió y dio espacio para que apenas Atlas y Byakko pudieran pasar. Entraron justo cuando el Marrano dio vuelta a la esquina del hall en el que estaban. Altas se llevó el dedo a los labios mirando a Byakko.
- A la cuenta de tres, corres. - Y justo al decir tres, Atlas oprimió uno de los ladrillos más antiguos y la pared comenzó a cerrarse. LLevados por la adrenalina de no ser aplastados, Atlas corría lo más rápido que podía y tras ella iba el tigre rojo. - ¿Listo para saltar Byakko? - Dijo Atlas mientras el paisaje en sus ojos se volvía luz. Atlas cerró los ojos y con un grito de triunfo saltó hacía el vacío. Byakko saltó pero no sabía que le esperaba.
¡SPLASH! Ambos cayeron al viejo lago que según decían estaba lleno de magia negra.
- ¡Ewww! - Dijo Byakko nadando hacia una orilla.
- ¿Qué pasó con lo de ser sigilosos y silenciosos? No dejes que nos vean - Dijo Atlas y despues se zambulló entre las agua negras. Byakko la sigió.
Ya en la orilla, Atlas se secó el cabello y un poco la ropa mientras Byakko vigilaba el lugar. Pero al voltear a ver a Atlas, un can oscuro de pelaje y ojos chinos parecidos a de los del cachorro apuntaba a la hija del primer ministro.
- Bueno, bueno, por qué será que la realeza ha caído tan bajo... -
No hay comentarios. :
Publicar un comentario